El diseño gráfico tiene muchas caras: desde estilos simples o más complejos, limpios o recargados, hasta aquel que vemos en las pasarelas de moda o en los letreros de una tienda a pie de calle. Sin embargo, si hablamos de algunas de las constantes más observadas dentro del mundo del diseño gráfico, no podemos negar la fuerte importancia del minimalismo.
Mies van der Rohe dijo “menos es más” y esas palabras se han convertido en un mantra que todo diseñador tiene en su cabeza desde el momento en que se enfrenta a un nuevo proyecto. Los ejemplos en los que el minimalismo está presente son innumerables; es un movimiento tan fuertemente asentado en la memoria visual colectiva que es fácil obviar sus orígenes.
“Literalmente Guiness»: este ejercicio de diseño minimalista de Mehmet Gozetlik se toma el menos es más al pie de la letra
¿Qué es el minimalismo?
La mayoría de personas, incluyendo diseñadores gráficos, responderían sin miedo que es un estilo, una filosofía, una forma de entender y ordenar el espacio de forma limpia, librándose de elementos innecesarios y dejando solo la esencia de un objeto. Es una descripción correcta, pero no es una respuesta adecuada 🙂 Si nos focalizamos en los ideales del minimalismo, la respuesta anterior sería válida, pero no nos referimos al cómo sino al qué, ¡y la respuesta es mucho más interesante!
En esencia, el Minimalismo es un movimiento artístico, desarrollado en Estados Unidos en los años 60, que apareció como una revolución visual y sonora en contra de los insípidos consumerismo del Pop Art y academicidad del Expresionismo Abstracto.
Con nombres tan importantes para el mundo del arte, la música y el diseño como John McCracken, Yves Klein, Donald Judd, Philip Glass, Frank Stella, Carl Andre y Yayoi Kusama, fue uno de los movimientos artísticos más complejos, influyentes, prolíficos e interesantes del siglo XX.
John McCracken, uno de los padres del minimalismo, muy decepcionado de que no sepas quién es 🙂
Minimalismo: orígenes e ideales
Para comprender las obras e ideas que surgieron del minimalismo, primero hay que identificar el ambiente en el que surge este movimiento. El arte de los años 40 y 50 viene marcado por las secuelas de la segunda guerra mundial. Nos encontramos ante una generación de gente joven que tal vez no luchó en la guerra, pero vivió sus secuelas muy de cerca. El miedo, la paranoia, el odio a la guerra, el suicidio y la injusticia del mundo son temas muy macabros pero al mismo tiempo muy presentes en casi todos los movimientos artísticos que aparecieron entre los años 40 y 60, fruto de una generación herida y melancólica.
Este simpático ambiente era el caldo de cultivo perfecto para dos movimientos artísticos radicalmente diferentes: el Expresionismo Abstracto y el Pop-Art.
El expresionismo abstracto vino primero, como una evolución natural del surrealismo. Un nombre que se le impuso a un gran número de artistas de estilos y orígenes muy distintos, pero que intenta aunar el movimiento artístico que creaba formas sin definición, grandes explosiones de color, pinceladas agresivas de gran expresividad, artistas que no solo pintan un óleo, sino que lo atacan, lo manosean y dan patadas, creando imágenes inmediatamente reconocibles y conmovedoras, que expresan una agresividad hasta entonces poco común en el mundo del arte abstracto.
Este es también un arte complejo, anclado en ideas indefinidas y arcaicas, que buscaba mostrar el arte creado por el inconsciente humano y veía el acto de pintar como una batalla entre el deseo por la autoexpresión y las limitaciones del medio tanto físico como material: pintar más allá del lienzo y el pincel, más allá del artista y el caos del subconsciente.
Hay muchos nombres y estilos bien conocidos en este movimiento, desde los cuadros “sucios” de Jackson Pollock (el principal ejemplo del “Action Painting) a los gigantescos degradados de color sólido de Mark Rothko, pasando por las formas rotundas y desfiguradas de DeKooning.
Willem de Kooning, uno de los artistas más característicos y geniales del Expresionismo Abstracto
Por otro lado, el Pop Art (una “ola” muy posterior) que aparece poco antes del minimalismo y que fue la causa directa que provocó la fundación de este movimiento. El Pop art es el movimiento visual más característico de los años 60; Andy Warhol, Roy Litchestein, Richard Hamilton…, sus obras son todavía increíblemente populares y bien conocidas.
Esto, por supuesto, no es casualidad. El Pop Art es básicamente un intento de “popularizar” el mundo de las bellas artes, simplificar sus temas y llenarlos de referencias conocidas e imágenes que formaban parte del inconsciente del día a día. Era la representación del sueño americano (aunque irónicamente fundado en Inglaterra): cómics, programas de televisión, catálogos de decoración y chicas en bikini bebiendo Coca Cola; un arte simple, agradable, fácil de vender, adaptado a la gente normal y alejado de los ideales de la Academia.
Cómics, teléfonos y telenovelas adolescentes: Roy Litchenstein es un ejemplo del Pop Art que lideró la estética de los 60
El Pop Art tenía la intención de romper con el ambiente deprimente y retorcido del expresionismo abstracto, optando por obras que cualquier persona pudiese disfrutar, sin miedo a lo moderno y a lo simple, a los colores vivos y a las sonrisas. Pero, a medida que su fama fue creciendo, el Pop Art acabó tomando un tono siniestro. Andy Warhol pasó en unos años de ser artista a celebrity, cuyos gustos y caprichos dictaban las modas de la época y sus obras se hicieron tan populares que comenzaron a dejar los museos y convertirse en camisetas, postales, calendarios y tazas. En unos pocos años, pasaron de reinventar la idea del arte a convertirla en un producto a la venta.
El minimalismo brotó en un primer momento como una respuesta clara y tajante en contra el Pop Art, que veían como una prostitución del arte, un rechazo categórico en contra de la interpretación de cómo el Pop Art entendía el arte como producto y el artista como vendedor que se adapta a su audiencia. Por otro lado también rechazaban las ideas del expresionismo abstracto, particularmente el “Action Painting” que consideraban excesivamente pretencioso y personal; no compartían la idea de que el arte debía ser la expresión personal de los sentimientos del artista.
¿Cómo lo hicieron? Si no creían en la excesiva sinceridad del expresionismo abstracto, ni en el excesivo comercialismo del Pop Art ¿en qué creían?, ¿cómo evolucionaron esas ideas en el estilo que ahora conocemos?
Una de las mejores formas de entender esta transición, así como la diferencia categórica entre estos movimientos del siglo XX, está en el caso de un hombre: Frank Stella. Este artista comenzó su obra en los años 50, cuando el expresionismo abstracto era la norma para la mayoría de artistas jóvenes que se mudan a Nueva York, sin embargo, aunque durante varios años se adhirió a este movimiento, nunca se sintió realmente parte de él, considerándolo un género poco interesante. Poco a poco, comenzó a jugar con la idea del cuadro como pieza en sí misma, como objeto que no desea representar nada, ni un objeto concreto ni un sentimiento específico, culminando sus teorías en sus famosos Black Paintings, una serie de cuadros de composición geométrica muy básica, pintura negra sobre blanco creando líneas perfectas e hipnóticas, una primera pero clara aproximación visual a la pintura minimalista.
Frank Stella en los 50: líder del “expresionismo abstracto sin ganas”
Frank Stella en los 60: el minimalismo toma forma
Hay muchas otras influencias y posibles “creadores” de este movimiento como Barnett Newman o Piet Mondrian, pero es cuando las Black Paintings de Stella fueron expuestas en 1959 en el MoMA de Nueva York que se desencadenaron una serie de eventos que culminaron en la creación de un nuevo estilo que no entraba en los parámetros de los artistas más populares de la época, un movimiento al que llamaron Minimal Art.
En este momento, artistas como Carl Andre, Dan Flavin, Sol LeWitt, Agnes Martin o Robert Morris, comenzaron a desarrollar las características que todos conocemos, la simplicidad de las formas, el orden, la pureza de los materiales, la limitación en los colores (aunque estos fuesen saturados y vibrantes) y el vacío como parte esencial del conjunto de la obra.
¿Cómo influye el minimalismo en el diseño gráfico?
Basta con una rápida búsqueda en la web de la palabra “arte minimalista” para ver su influencia. El resultado es casi siempre el mismo: cientos de miles de fotografías, ilustraciones e incluso decoración moderna de interiores que nada tiene que ver con Stella y compañía. En ello podemos observar la profunda influencia de este movimiento. Ningún artista o diseñador hoy en día se atrevería a autodefinirse como un postmodernista o como expresionista abstracto y sin embargo, tantos sonríen orgullosos al describirse como minimalistas. ¡Y esto no es casualidad! Hubo algo en la brutal honestidad del minimal art; algo tan claro, limpio y poco pretencioso que todavía nos fascina y enamora, que nos incita a seguir la estela de tal vez el único movimiento artístico desde la época grecorromana que consiguió fundirse en el inconsciente colectivo hasta hacernos olvidar sus orígenes.
Tal vez esa era precisamente la razón de su importancia: era una representación del ideal estético de la belleza moderna, un cánon que todavía utilizamos y contra cuyos ideales medimos todo lo que ahora consideramos bello; sea un iphone o un sofá. Muchos olvidan las bases académicas del minimalismo por la simple razón de que no nos importan.
Los nombres, las personalidades detrás del lienzo o la escultura no son tan relevantes como lo fueron las ideas plasmadas en estas obras. La idea de lo limpio, de lo vacío como forma completa, son ideales que chocan de lleno con la sobresaturación de la vida moderna. Hay algo en las largas líneas de color, las plataformas lisas y sutiles, el deseo por pasar desapercibido y, a su vez, dejar un profundo impacto en el espectador, es como un soplido de aire fresco que ha excitado la imaginación de artistas, diseñadores, arquitectos e ingenieros durante los últimos 40 años.
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